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La elección Veracruz y Durango
Celestino Cesáreo Guzmán
Las elecciones municipales de Veracruz y Durango, celebradas el pasado 1 de junio, han dejado un mensaje para el interior de Morena y para quienes en Palacio Nacional observan con lupa los primero resultados electorales del lopezobradorismo: el poder no es hereditario y el carisma no se transfiere por decreto.
En Veracruz, si bien Morena y sus aliados conservaron algunas plazas relevantes como Xalapa, Coatzacoalcos y el Puerto de Veracruz, no lograron consolidar una hegemonía territorial. La coalición oficialista apenas gobernará el 39.8% de los municipios. Movimiento Ciudadano, sin estructuras históricas ni aparato federal, avanzó como segunda fuerza política en el estado, ganando 41 alcaldías y desplazando al PRI y al PAN. Un dato que debería encender las alertas entre quienes creían que con Claudia Sheinbaum al frente bastaba para arrasar.
En Durango, el retroceso fue más claro: la oposición del PRI y el PAN recuperó fuerza al imponerse en la capital y en 21 municipios, mientras que Morena apenas logró retener Gómez Palacio. La narrativa triunfalista que desde la mañanera se quiere imponer choca con la fría aritmética: Morena no sólo perdió terreno, sino que empieza a enfrentar síntomas de desgaste, sobre todo de división interna y errores en la selección de sus candidatos.
Los resultados también evidencian una realidad insoslayable: Morena sin alianzas no logra salir adelante. Por sí solo, el partido guinda muestra una limitada capacidad de competencia y arrastre electoral. Sus avances en ambas entidades se sostienen en la suma de fuerzas con el PVEM y el PT, lo que confirma que la marca Morena ya no es suficiente por sí misma.
En contraste, las alianzas opositoras, han demostrado ser altamente competitivas, capaces de arrebatar plazas clave y de consolidarse como una opción viable frente al oficialismo.
Pero el dato más demoledor —y el que debería preocupar seriamente al oficialismo— es la incapacidad de quienes encabezan la dirección nacional de Morena. En ambos estados participaron con recursos, presencia y discursos, pero salieron reprobados en su primer gran examen político. Aún están a tiempo de perfeccionar la táctica y la estrategia.
La secretaria de Gobernación no logró movilizar estructuras ni entusiasmo, y el hijo del presidente demostró que su apellido pesa menos fuera del núcleo duro lopezobradorista. Si estos eran los perfiles que se pensaban proyectar hacia 2027, la lectura es clara: la figura del ex presidente sigue siendo insustituible, y su ausencia —cada vez más evidente— afecta directamente el desempeño territorial de Morena.
Los altos niveles de aprobación de Claudia Sheinbaum, aunque importantes, no se traducen automáticamente en votos ni en victorias locales. Lo ocurrido en estas elecciones municipales demuestra que la transición de liderazgo en Morena aún está incompleta, y que el movimiento depende, en buena medida, de la sombra protectora de AMLO. En cuanto esta desaparezca del escenario político activo, los resultados serán aún más inciertos.
Por eso, lo ocurrido en Veracruz y Durango es mucho más que una elección local: es un laboratorio de lo que viene. Y si en Morena no hacen una lectura seria, 2027 podría sorprenderlos con una ciudadanía que no se moviliza por nostalgia, sino que exige resultados, autenticidad y nuevos liderazgos con sustancia. Porque el 2025 ya empezó a marcar el fin del obradorismo como garantía electoral automática.Veremos.