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El Papa que quiso cambiar la Iglesia
Celestino Cesáreo Guzmán
Jorge Mario Bergoglio nació en Argentina, sus padres son de ascendencia italiana; fue el primer papa latino y el primer jesuita en dirigir a la Iglesia católica, con mil doscientos millones de seguidores en el mundo.
El mayor de cinco hermanos, proveniente de una zona popular de Buenos Aires, ingresó al seminario en 1958, se ordenó sacerdote en 1969, en 1992 fue nombrado obispo auxiliar de la capital argentina, en 1998 se convirtió en arzobispo titular, en 2001 fue nombrado cardenal y el 13 de marzo de 2013 fue elegido Papa tras la renuncia de Benedicto XVI, tomando el nombre de Francisco en honor a san Francisco de Asís.
Desde el primer minuto de su coronación dio muestras de cambio: se negó a usar la indumentaria tradicional de los papas, se negó a usar la limusina oficial y se negó a vivir en el palacio donde han vivido todos los prelados.
El primer papa jesuita, que es una orden religiosa católica conocida por su compromiso con la justicia social, la educación y la misión evangelizadora, buscando a Dios en todas las cosas y sirviendo a los demás, Francisco enfrentó numerosos desafíos durante su pontificado de doce años, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Su papado fue uno de los más activos en cuanto a reformas internas y posicionamientos sociales, pero también uno de los más controvertidos por los sectores más conservadores del catolicismo. "Es un reformador", le decía el sector de la “vieja escuela” de la Iglesia.
Y es que el Papa enfrentó una Iglesia dividida, un mundo desigual y un planeta amenazado. Su liderazgo fue profundamente pastoral, centrado en los más vulnerables, y por eso mismo fue tan admirado como criticado. Su pontificado dejó huella, tanto por sus reformas internas como por su papel como voz ética en la escena global.
El perfil del papa Francisco fue el de un pontífice que asumió el poder religioso con el gesto de un reformador y el corazón de un pastor. Su práctica y sus encíclicas no solo redefinieron el rol de la Iglesia en el siglo XXI, sino que tienen el potencial de transformar la vida de millones más allá de los muros del Vaticano.
Su propuesta de una Iglesia menos clerical, más abierta a la participación de los laicos y atenta al sufrimiento del mundo, ofreció una salida espiritual y ética ante la soledad contemporánea. Recobró la fe en la Iglesia de millones.
En contextos marcados por la desigualdad, la migración forzada, el deterioro ambiental y la polarización política, su mensaje sonó como una brújula moral: no dogmática, sino profundamente humana. La figura del papa Francisco devolvió a la Iglesia una relevancia social que no dependía del poder institucional, sino de la empatía con los olvidados.
Así, al denunciar al “dios mercado” y llamar a una “economía con rostro humano”, el Papa interpeló directamente a los modelos económicos globales, poniendo en el centro a la dignidad humana.
En países donde la pobreza es estructural, como muchas naciones de América Latina o África, sus llamados no fueron solo pronunciamientos religiosos, sino una voz política que cuestionó el statu quo. Su influencia puede leerse también en los movimientos sociales, en nuevas formas de cooperativismo y en la presión sobre líderes internacionales para replantear sus políticas migratorias o climáticas.
Laudato Si’ y Fratelli Tutti son dos de sus encíclicas que reflejan la visión del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común y la promoción de la fraternidad y la amistad en el mundo. Profundizan en la importancia del diálogo, la solidaridad y la construcción de una sociedad más justa e inclusiva para todos. El Papa ofreció más que una guía doctrinal: presentó una plataforma de cambio que puede nutrir desde agendas políticas hasta proyectos comunitarios.
Su idea de ecología integral ha sido retomada por organismos civiles, educadores y hasta foros económicos. Porque entender que el grito de la Tierra y el de los pobres es el mismo, obliga a replantear el modelo civilizatorio dominante. El Papa no ofreció recetas fáciles, pero sí un principio rector: la fraternidad como antídoto ante el colapso ambiental y social.
Y en un tiempo donde las guerras se multiplican, el Papa latino sostuvo una postura incómoda pero necesaria: la paz como imperativo incondicional. Su negativa a alinearse con potencias, su defensa del diálogo interreligioso y su firme rechazo a la industria armamentista reintrodujeron en el debate internacional la idea de la política como mediación, no como imposición. Aun con críticas, su voz fue una de las pocas que se alzó por la humanidad, no por intereses nacionales. Esa visión universal es, quizá, su legado más urgente.
Sólo el tiempo dirá cuál fue el impacto de sus ideas en la Iglesia y en el mundo, pues hay quienes consideran que sus transformaciones se dieron por la vía de los hechos y no de las reformas. Pero nadie pone en duda su inteligencia, su probada humildad, su genuino interés por los pobres y su gran corazón que cautivó a millones.
Descanse en paz, papa Francisco.