En las campañas políticas la competencia por el poder puede ser feroz, impregnando los medios de comunicación y a las redes sociales de discusiones y perversiones, de ataques y aclaraciones, de denuncias contundentes y verdades a medias.
Esto se puede apreciar en los comentarios expresados en las redes sociales, que contaminan la discusión por la participación de grupos de interés que sirven a agendas políticas particulares.
Tizna, que algo queda. Todos vimos cómo la precampaña interna de Morena por la nominación a la alcaldía, devino en una serie de ataques a las precandidata Abelina López y Yoloczin Domínguez, rebasando los límites hasta llegar a verdaderas agresiones al honor de ambas con tal de manchar su imagen. Incluso grupos afines a una de las aspirantes denunciaron violencia política en razón de género, sin que nadie resultara sancionado.
Hoy a quien le toca recibir la andanada de puyas, insultos y comentarios maliciosos de parte de los seguidores de los candidatos de oposición es a la alcaldesa que busca reelegirse.
Dicen que en política todo se vale, incluso mentir. Si la campaña política se convierte en una guerra de desacreditación, todos perdemos porque la atención se desvía de los problemas reales que enfrenta la sociedad.
Pero, ¿a qué costo? Si las campañas políticas se desvían del debate de ideas y propuestas hacia un campo de batalla donde el objetivo principal es desacreditar al adversario, esta peligroso desvío convierte la política en un terreno minado, donde la verdad se distorsiona.
Por eso, es importante ser crítico y analítico al interpretar la autenticidad de los comentarios y denuncias, considerando las posibles agendas detrás de ciertos mensajes. No todo lo que brilla es oro, y tampoco todo el lodo que se arroja debería manchar.
Desde que inicié a participar en campañas electorales, he comprobado la forma en que diferentes actores, como partidos políticos, organizaciones civiles, medios de comunicación y ciudadanos con agendas específicas, intentan influir en la opinión pública.
En lugar de discutir políticas públicas y soluciones concretas, nos encontramos inmersos en un lodazal de acusaciones y contraacusaciones que no llevan a ninguna parte.
Cuando los ciudadanos son bombardeados con desinformación y manipulaciones, se vuelven escépticos e incluso apáticos hacia la política, lo que puede llevar a una participación electoral disminuida y, en última instancia, a una pérdida de legitimidad de l@s ganador@s.
En este escenario, los ciudadanos son testigos de cómo se distorsionan los hechos y se manipula la información en aras de la ganancia política, es natural que comiencen a cuestionar la credibilidad de quienes están en el poder y de los medios de comunicación que cubren la política.
Así, las campañas políticas se convierten en campos de batalla, y en lugar de buscar puntos en común y trabajar juntos para abordar desafíos, las personas se dividen aún más en bandos opuestos, alimentando el resentimiento y la hostilidad entre diferentes grupos sociales. ¿Quién no recuerda la golpiza a seguidores del entonces precandidato del PRI, René Juárez Cisneros en Tecpan?
En última instancia, debemos recordar que la campaña política no debería ser una guerra, sino un proceso de debate constructivo y colaborativo para el bienestar de la sociedad.
Es responsabilidad de todos los actores políticos, desde los candidatos hasta los ciudadanos, resistir la tentación de convertir las campañas en campos de batalla. En su lugar, debemos enfocarnos en discutir ideas, presentar propuestas concretas y promover un diálogo civilizado que enriquezca el debate público.