Luis Walton Aburto

Por: Miguel Ángel Mata Mata
Calle Progreso número 19. Centro. Acapulco, Guerrero.
Esos escritorios de acero, con las puntas redondeadas, soportaban los teclazos que les dimos a las viejas máquinas de escribir. Unas eran Olivetti. Otras Remington.
Los cajones, también de acero, aguantaban las patadas con que los cerrábamos. Para abrirlos usábamos una llavecita. Guardábamos cuartillas, cuartillas y más cuartillas.
Para los profanos de aquel viejo periodismo hemos de aclarar. Una cuartilla es una hoja de papel bond, regularmente estilo revolución, tamaño carta. 
Perfectas para tapar la pistola, meterla ahí, a los cajones de acero. De los escritorios de acero. De las máquinas de escribir de acero. De una sala de redacción de acero.
Hasta ahí llegaba el taca-taca-taca del teletipo. Teclas de acero redactaban las noticias internacionales y nacionales en un rollo de papel que no media una cuartilla. Medía un cuarto de milla. Con su respectiva copia.
Allá, al fondo, la mesa de formación con cuadros de acero donde se formaban páginas, letra a letra, con tipos de plomo, acero y, a veces, madera, 
Shak, shak,shak, tronaba la prensa plana a cada página impresa. Shak, Shak, Shak. Y salía un aromático periódico impreso con espesa tinta que daba las notas locales. 
Las letras daban mensajes en frases que se hacían párrafos e historias fuertes. Tan fuertes como el acero. 
Entre la sala de redacción y los talleres, las oficinas de los directores, guardaban a los cerebros de los periódicos Diario del Pacífico y Ultima Hora. Arturo y Ernesto, Neto, Caballero Vela. De la primera salían facturas para cobrar a los anunciantes; de la segunda, ideas, humo de tabaco y aroma a ron.
Tras la angosta puerta de dos hojas de viejo roble, y tras un pasillo con techumbre de tejas, José Arzola Nájera llegaba, puntual, de domingo a viernes, a las cuatro de la tarde. Era un calentano de Arcelia a quien el verano de Acapulco le parecía templado. Él escribía la nota que vendía, la nota roja.
Tras él, el escritorio del consentido, Anituy Rebolledo Ayerdi quien, además de amenas columnas, confeccionaba el Diario del Pacífico y, hasta atrás, siempre hasta atrás, Miguel Ángel Mata, que hacía lo propio con el periódico Ultima Hora.
Todas las tardes llegaba ahí la palomilla de Acapulco. El crooner, Richard Pintos, era de los primeros. El Zorro Plateado; Don Abel, El Paletas; Imperio Rebolledo y sus ácidos comentarios; Raymundo, El Chango González. Johnny, quien disputaba a Marco Antonio Sánchez ser el valet de Don Arturo.
A veces llegaba Javier Galeana, a quien, en privado, porque no le gustaba, le decían El Garrobo. Y de cuando en cuando, aparecía Deco Pintos. ¡Ah! Y José W. Serrano, el mero mero reportero de sociales y espectáculos. 
Era esa la comunidad cotidiana reunida en un local asentado en terrenos del municipio y de donde nomás no podían sacarnos porque… Bueno, porque no podían, pues. 
Cotidiano era de cuatro a doce de la noche. Menos los viernes. Ese día. Ese día, por la noche, hasta nos peinábamos pa’tras, alistábamos el Ron Bacardi blanco, bacacho para quien supo y compendió, y los cigarrillos. Muchos cigarrillos.
No era que recibiéramos a los asiduos al juego de cartas, que llegaban el último día de la semana. Ni que anhelásemos las fichas del juego que no eran sino los lingotes de plomo tomados prestados del linotipo. 
Tampoco era el día de pago. El salario lo recibíamos los sábados, a veces en efe. A veces en cheque. Algunos, habrá que recordarlo, eran cheques de un hule tan grueso que rebotaban de aquí para allá y de allá para acá. 
¿Por qué anhelábamos la llegada del viernes? 
Porque llegaba Luis. ¿Luis? Sí. Luis Walton Aburto, primo de los hermanos Caballero. Con el paso el tiempo descubrí que la sonrisa de oreja a oreja de todos los asiduos compartía el mismo anhelo de quienes, afuera, le esperábamos.
--- ¿Qué pasó, Arzola? ¿Quiubo, Anituy? ¿Cómo está, joven Mata? 
Saludaba. Se metía a la oficina de cristal de Arturo. Era como una pecera cuadrada. Echaba unas cuantas manos de póker. Repartía sobres entre los invitados y al salir daba la mejor despedida que puede recibir un reportero sediento de pago.
--- “Para que la pasen bien”, ofrecía y se retiraba.
Era Luis que parecía mecenas. Actuaba como mecenas. Hablaba como meces y pues, sí. 
Era el mecenas que guardaba un amparo para que el gobierno municipal no desalojara las oficinas de los diarios, de terrenos propios del ayuntamiento y, además, nos alegraba la semana cada noche de viernes.
Cada noche de jugada. Cada noche de bacacho. Cada noche de tabaco. Cada noche de chascarrillos y anécdotas de las que, Anituy, siempre fue el mejor.
El tiempo llevó a cada quien por su propia historia.
Luis nos dio ánimo para fundar un diario de diarios que llamamos Síntesis de Guerrero. Era un periódico de periódicos diario, al que Anituy no quiso entrarle porque, dijo como sabio: “los políticos no leen”.
Luis fue nuestro primero y único cliente por muchos meses. Llevamos ese periódico al Senado y Cámara de Diputados, en la Ciudad de México y si, confirmamos que Anituy siempre tuvo razón. Salvo Luis, que se bebía la síntesis, los demás no leían… pero sí pagaban.
De por ahí, y con comentarios con Mauro Jiménez Mora, nació la idea de formar un nuevo periódico en Acapulco. Luis Walton nos animó. De hecho, en un desayuno con Miguel Alemán, en su casa de Puerto Marqués, me dieron ánimo: “adelante, joven Mata, saldrás adelante”.
Luis fue el primer promotor de lo que, al paso del tiempo, se convirtió en Diario 17, con la participación de empresarios locales, encabezados por Fernando Navarrete Magdaleno. Luego de Luis, y antes de la fundación de ese diario, el proyecto fue llevado a quien, en aquel entonces, era potente empresario de joyerías, Alberto Mojica. 
Cundo Luis abandonó el proyecto fue sincero: “no te desanimes, busca a otros empresarios”. Me dio nombres y justificó con su honestidad de siempre: “tengo conflicto de intereses para entrar a ese proyecto”, dijo. 
Esa generosidad. Esa humildad. Ese don de Gentes. Esa solidaridad. Esa fraternidad. Ese fue Luis. 
Hace pocos meses dos compañeras reporteras han fallecido por cáncer. Pocos saben que Luis siempre estuvo al pendiente y nos enviaba ayuda para ellas. 
--- ¿Qué mas necesitan?, urgía. 
Y así. Así fue siempre. 
Dicen que las cosas buenas no duran para siempre. 
Hoy se ha ido. Ya no está.
--- “Hasta pronto, joven Mata”
--- “Hasta pronto, querido Luis”.